Para qué vamos a mentir. Puede que en el fondo nos
atraiga la idea de una eternidad juntos, de una vida compartida, de una rutina
en común. Puede que la seguridad que encierran todas estas palabras sea lo que
haga tan atractiva la imagen de una pareja convencional, de esas relaciones
sometidas a comportamientos exigidos cuando dos personas se quieren.
Después de
observar, después de escuchar y de sopesar lo que me dicen, lo que me cuentan… Después
de dejar descansar en mi corazón los miedos, ilusiones y pretensiones de la
gente enamorada de mi círculo, refuerzo el propio pensamiento acerca de las
relaciones. Cada vez estoy más convencida de que la gente que más se quiere es
la gente que más separada esta, la gente que comparte diariamente menos durante
gran parte de la relación. Tengo la firme intuición de que hay lazos enormes y
repletos de fuerza y pasión, de querencia, en las relaciones más alternativas y
aparentemente desatendidas. Creo que hay un poder enorme en aquellos que dejan
libre lo que quieren y apoyan enormemente los proyectos individuales y
personales del otro, aunque sean justo estos los que los mantengan separados o
sin tanto tiempo que dedicar a lo común. Es curioso lo que crece el cariño
cuando una persona te anima incondicionalmente o te intenta influir
emocionalmente lo menos posible. Lo verdadero viene libre. Pero libertad,
atención, tampoco significa descuido o desinterés. Quizás es este equilibrio lo
más difícil de encontrar y lo que más acierto a percibir como el truco
infalible.
Querría pensar que no tienen que acostumbrarse a la soledad y a la
autosuficiencia constante, que no van a tener que comerse miedos e
inseguridades por la distancia o los ambientes diferenciados. Querría pensar
que no van a derramar muchas lágrimas y no van a respirar nostalgia, que no van
a pasar por crisis de dudas y de envidia hacia las fuentes de comodidad.
Lazos nómadas, pájaros libres que alzan el vuelo en solitario y a veces se encuentran en rachas de viento o en ramas que hacen temblar con toda la fuerza guardada en un (re)encuentro. Está escrito en sus miradas, en el brillo de sus ojos en cada despedida, en cada bifurcación de caminos. Hay una seguridad madura, un gesto serio y dispuesto, una promesa irrompible en ese abrazo de adiós.
Buenas noches, me toca acostarme esta vez con el recuerdo del cielo
limpio y claro de esta semana, con la primavera asomando ligeramente por la
ventana. No hay risas hoy en la casa, se han despedido y trasladado por un
tiempo a tierras italianas, donde espero que estén recogiendo nuevas melodías
con las que alimentar los recovecos del hogar.
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