sábado, 9 de marzo de 2013

Pájaros nómadas.



Para qué vamos a mentir. Puede que en el fondo nos atraiga la idea de una eternidad juntos, de una vida compartida, de una rutina en común. Puede que la seguridad que encierran todas estas palabras sea lo que haga tan atractiva la imagen de una pareja convencional, de esas relaciones sometidas a comportamientos exigidos cuando dos personas se quieren. 
Después de observar, después de escuchar y de sopesar lo que me dicen, lo que me cuentan… Después de dejar descansar en mi corazón los miedos, ilusiones y pretensiones de la gente enamorada de mi círculo, refuerzo el propio pensamiento acerca de las relaciones. Cada vez estoy más convencida de que la gente que más se quiere es la gente que más separada esta, la gente que comparte diariamente menos durante gran parte de la relación. Tengo la firme intuición de que hay lazos enormes y repletos de fuerza y pasión, de querencia, en las relaciones más alternativas y aparentemente desatendidas. Creo que hay un poder enorme en aquellos que dejan libre lo que quieren y apoyan enormemente los proyectos individuales y personales del otro, aunque sean justo estos los que los mantengan separados o sin tanto tiempo que dedicar a lo común. Es curioso lo que crece el cariño cuando una persona te anima incondicionalmente o te intenta influir emocionalmente lo menos posible. Lo verdadero viene libre. Pero libertad, atención, tampoco significa descuido o desinterés. Quizás es este equilibrio lo más difícil de encontrar y lo que más acierto a percibir como el truco infalible. 
Querría pensar que no tienen que acostumbrarse a la soledad y a la autosuficiencia constante, que no van a tener que comerse miedos e inseguridades por la distancia o los ambientes diferenciados. Querría pensar que no van a derramar muchas lágrimas y no van a respirar nostalgia, que no van a pasar por crisis de dudas y de envidia hacia las fuentes de comodidad.


Lazos nómadas, pájaros libres que alzan el vuelo en solitario y a veces se encuentran en rachas de viento o en ramas que hacen temblar con toda la fuerza guardada en un (re)encuentro. Está escrito en sus miradas, en el brillo de sus ojos en cada despedida, en cada bifurcación de caminos. Hay una seguridad madura, un gesto serio y dispuesto, una promesa irrompible en ese abrazo de adiós.



Buenas noches, me toca acostarme esta vez con el recuerdo del cielo limpio y claro de esta semana, con la primavera asomando ligeramente por la ventana. No hay risas hoy en la casa, se han despedido y trasladado por un tiempo a tierras italianas, donde espero que estén recogiendo nuevas melodías con las que alimentar los recovecos del hogar.

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