“Volveremos donde la lluvia nos pilló desabrigados,
y donde nos secábamos al sol del mediodía”
Cuando presentíamos
que el cambio estaba tan lejos,
distante como la luna.
Pasaban
los años, y las mujeres, y hombres,
y el
cielo, que por supuesto no cambiaba a simple vista.
Era un océano
de hacer y deshacer, de elegir.
Estábamos
a la vuelta de la esquina.
Todos
optamos por jugar y desaparecer,
dejando
mucho más que una nube de humo.
Nos
cogimos una mochila y los mejores recuerdos,
que perduraron aún más bellos en la memoria, otros sin embargo se diluyeron lentamente.
Rasantes,
rasantes, perdimos el control de los años,
y los
meses se suceden sin que podamos reaccionar.
Aquí
estoy, en una punta azul del mundo, y los demás repartidos
por otros
lugares aún más pintorescos.
Teníamos
una idea de lo que podía pasar. Apostamos cómo acabaríamos, cómo nos
trataría el porvenir. ¿Coincidiríamos de nuevo fuera de la antigua ciudad?
A veces
nos asomábamos a las terrazas, los que habitábamos en la calidez,
buscando
un guiño de aquellos años.
Otros
suplían la inesperada nostalgia con fotos,
otros vivían ajenos en nuevas rutinas
frenéticas,
y puede
ser que alguna vez una antigua canción del aleatorio
les transportara donde coincidieron con tan dispares gentilicios.
A ese tramo eterno y efímero, bohemio y distendido,
comprometido, loco y despierto.
Amable y
crítico, plagado de sueños y esfuerzos.