Lo más
difícil era mantener la calma, quedarse en continuo estado de serenidad.
Levantarse todos los días con la misma fuerza, con los mismos propósitos. Seguía
siendo la meta; el conseguir una meta, decidirse por fin por algo fijo y poner todo
el ánimo y la esperanza en ese objetivo final. Pero cada día acechaban nuevas
ideas, nuevas distracciones que se convertían en nuevas posibilidades. Todo
llamaba la atención, pero nada se abría especial paso como para considerarlo
por encima de las demás opciones. Este era sin duda el problema, aunque un
problema cuya gravedad dependía en gran medida de los ojos de los demás.
Ocurría que me daba cuenta de que el mundo cada día estaba menos preparado para
las personas polifacéticas, dispersas y sin tintas. Por lo menos ese mundo para
el que me habían educado, el que decían que ya no estaba nunca más ahí fuera,
sino aquí entre mis manos.
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