De su corazón de pájaro
yo podía comprender, muchas cosas.
Sus ansías de volar, su
nómada movimiento.
De sus plumas yo
recordaba, la suavidad, y el dulce encanto,
de su capacidad para
anidar en cualquier sitio.
Ya no tenía ningún poder
si llamaba su nombre,
o colgaba de mis
ventanas,
amplias banderas que
pidieran su auxilio.
Y aunque su cuerpo
siguiera deslizándose,
por las cortinas de aire
sin dueño para visitarme,
entendía a través de sus rapaces ojos,
que las olas que
levantamos un día juntos,
habían sido aplacadas por
un mistral invencible.