martes, 25 de noviembre de 2014
Castañas.
No puedo escribir nada que merezca la pena (leerse), aunque como de costumbre quiera coger las letras y enrevesarlas. Un otoño perezoso se ha recostado junto a mí y yo no hago sino abrazarlo para que entre en calor. No parece que a él le incomode, así que se deja, cabizbajo. Su hojarasca revolotea en espirales por mi cabeza y cae planeando en dirección al corazón, ahora en reposo. Me da por rebuscar en los bolsillos del abrigo, cándido entretenimiento, y solo hallo restos, todavía calientes, de las castañas de la merienda.
domingo, 7 de septiembre de 2014
Sucedáneos
“Tenía
la seguridad de que revivir, rebobinar lentamente el recuerdo hacia atrás, no
iba a conseguir sino arrebatarle su fidelidad”.
Tengo
la sensación de que cuanto más veces se recuerda, menos real se presenta la vivencia,
menos parecida a lo que realmente ocurrió.
La memoria nos juega malas pasadas y
si no le trazamos una línea de tiza bien clara nos comerá terreno una y otra
vez. Hay que meter la cabeza en “verea”, dice un buen amigo mío siempre con
vehemencia. Hay expertos en rememorar ficciones, en crear directamente historias
que nunca existieron. En inventar y desarrollar sentimientos que nunca se alcanzaron.
El problema es que no es tan difícil caer en este vicio. A veces actúa demasiado
bien como sucedáneo… como el Colacao cuando no hay Nesquik o viceversa, véase
los gustos del consumidor. Solo que en el caso de los chocolates solubles quizá
el peor efecto secundario sea la sensación de traición. En el caso de los
recuerdos la lista de efectos secundarios merece la de un antibiótico. Calidad
de vida no tolera la felicidad barra nebuloso cóctel de pasado y nostalgia.
El
recuerdo es sagrado, precioso como está, impoluto. Guárdalo en algodón si hace
falta, porque el recuerdo es lo único que salva el tiempo. Pero no lo envenenes
o diluyas en agua, como el zumo para que dure más. Los recuerdos de verdad
mantienen vivos ciertos sentimientos sin necesidad de tenderlos y ondearlos al
viento con expresa regularidad. Y menos mal que esto funciona así, digo.
viernes, 18 de julio de 2014
Desvío (I)
Huele a
mar aquí, en tierras áridas ahora,
donde
hace poco había
un
continuo verde salpicado de flores.
Dueños de la sierra inmensa, reina de matices pardos,
el jaramago y la amapola entremezclados.
Huele a
mar aquí, tiemblo al sentir la arena. Pero el agua no la veo.
Saben
mis cabellos a sal,
sus trazas pintan carreras en mi piel.
Piel de sierra quemada,piel de sierra tosca y ahí clavada,
siempre indestructible al sol.
¿Tú también la hueles, como brisa de puerto limpio? Mas en silencio clavo mis pies en la tierra llana y dura, yerma como el corazón de la sierra. No retrocedo ni avanzo, ni vuelvo a preguntar.
Hundo mis pies aún más en la tierra, sangra la piel y sangran los huesos. Ni astillas ni dolor, no duele.
Nada duele
más.
Recuerdo
que en algún lugar de la inhóspita extensión tumbé mis sueños, te tumbé a ti. Recuerdo
que todavía era verde, verde del sur en verano. Opaco, áspero.
Mar,
mar, me riego con la imaginación mis piernas, que hasta las rodillas penetran la
tierra como azadones.
Como buscando antiguas raíces. Y yo, comenzando a entender, alzo mis brazos a
la luz.
Lo
que era carne se deshace en delgadas varas, lazos emergentes de madera. Mi cuerpo seco como tronco milenario,
un anillo por cada faro que atrás dejé. Yo, que me alimento de la libertad que
oculta el aire, voy creciendo con esa humedad salina. A la sombra de esta
sierra llega por fin el mar, quedando vencida, abandonándose a la arrasadora
bahía. Y yo me dejo vencer también, meciéndome salvaje, estrenando mi cuerpo de
olivo donde antes tierra baldía.
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