En qué piensa la gente, tan seria, tan agotada, cuando no mira el móvil, ni lee ni escucha música, y tan solo están ahí, sin centrar su atención en algo, sin prestar atención a nada.
Cara de muñeca atravesada,
las comisuras como un puente colgante
y quebradizo,
como una acuarela violeta y ocre,
tu piel aún sumida en el sueño.
Tus ojos tempranos, absurdamente
grandes y límpidos,
miran el suelo estrellado
del vagón de metal.
Qué escuchas tras los cascos
que te aíslan de la semana amenazante.
Tu barbilla apenas tiembla
anotando un ritmo,
pero sé que esa vibración
de tus dedos diminutos,
es para mí imperecedera.
Bajas la cabeza,
como si un peso indescriptible
se amoldara a tu cuello y cráneo,
y no sé si estamos hablando
de una aflicción como equipaje
o tan sólo de restos
de sueño acumulado .
Qué buscas cuando ascienden tus pestañas,
cuando diriges el foco de tus ojos
como botones vidriosos, al cielo.
Qué estás mirando
con toda la energía
de tus nervios a medio arrancar.
Qué duda insaciable
intentas aclarar
con toda la humedad de tus globos oculares.
Casa de Campo a ambos lados,
y tú ves lo que otros no ven,
tú estás, donde otros no llegan,
pues no te fijarás ahora;
en los empujones y vaivenes del vagón
en el anuncio de la próxima parada
en el olor a multitud de la hora punta.
Has silenciado conscientemente
los cinco sentidos que te atan a la tierra.