domingo, 13 de octubre de 2019

Gigante

Todo es camino de ida y de vuelta,
ahora amanezco y anochezco
a la misma hora.

Siento la luz filtrándose
y advirtiendo el otoño,
el sol y su incandescencia decreciente.

Me subo por las paredes
como parte de mi lucha.
Bocarriba en la cama, ya no maldigo
la secuencia de los días.

En mi pecho retumban voces
con cara y cuerpo conocidos.
Deshago la maraña dando la mano
a antiguos vicios, que ya no lo son.

El cielo sigue cayendo de vez en cuando
sobre nuestras cabezas.

Nos protegemos.
Creemos que todavía seguimos ahí:
en el refugio construido, en la jaula
disfrazada de escondite.
Debajo de las sábanas y con la persiana echada.
Pero no es así.

Hay un gigante enorme entre este otoño y otros.


viernes, 14 de junio de 2019

Estría

Cubrimos como podemos
la estría blanca,
grieta de expectativas y sueños
que otros eligieron por nosotros
en una tierra donde éramos mudos
y blandos
como el fruto de la higuera,
hilvanándonos cada día
según sus designios
y según la forma del cordón hemos crecido,
arraigados en nosotros mismos
o desperdigados en partes confrontantes
que tardaremos en percibir como una herida.


jueves, 28 de marzo de 2019

Hija y Madre.

Seguramente sean madre e hija.
Seguramente representen a la madre e hija que están
en mitad del diccionario
en una imagen
para escenificar la relación tipo entre madre e hija.

Tan solo estoy imaginando, o juzgando,
podrían ser tía y sobrina, o dos amigas de diferente edad.

Me recuerdan instintivamente al caso más cercano,
al buitre que sigue
alejándome a bandazos
de la casa y de la tierra donde nací.
¿Sueñas con que ella y tú quizás algún día...?
¿Casi tres años ya?
Nunca más.
Nunca, y este nunca sí posee certeza, volveré a imaginar
que entre mi madre y yo
pueda existir un solo pulgar
de amistad sana,
una sola falange
de desnudez al hablar, desprovista cada boca
de tanta corrección política.

Una mujer sabia me enseñó los "nunca",
los fue desenvolviendo para mí, poquito a poco.
- La cara oculta de los nuncas son la verdad, mamá, nada más que la verdad.

Este sí que es un amor de sangre, biológico o de ¿agradecimiento?,
el de mi madre y el mío.
(¿Cuándo elegí? ¿Agradecer el qué?),

pero sé del parentesco
cuando me oigo hablar y soy un conejo,
y luego una serpiente
 (si me dejo demasiado y apuro la paciencia
hasta que se me agrietan las manos como a ti).

No me gusta pensar en lo que nos parecemos,
en ese gran poder
en las manos de un niño falto y malquerido.

Intentar escuchar a madre, mostrar interés por las cosas de madre, saltar esquivando las ensoñaciones religiosas de madre.

Más que una relación, esto parece un desafío impuesto, como los del colegio.
Especialmente la clase de educación física:
tenía que gustarte, te convencías de que tenía que gustarte.
Aunque te comiera el miedo
de volver a ser elegida la última y
todo, o casi todo, fueran obligaciones a cosas
que no querías hacer.
No quisiste admitir
que simplemente te disgustaba esa clase y ya,
elegiste como tantas veces después
quedarte
resentida y esperando.

Y lo sigues intentando mortíferamente,
lacerada a todas horas por la contradicción y la contraindicación,
a sabiendas, porque lo sabes y ya no puedes des-saber
que nunca tendrás una relación libre de tóxicos para ti
con tu madre.