domingo, 28 de julio de 2013

Esquinas elevadas.



Quizá por eso se sentaba en las esquinas intrincadas o en las terrazas elevadas. Decía que era para observar, para descubrir ilimitadamente sin temor a ser descubierto. Se sentía aislado, sin contacto con el mundo que llenaba su cabeza de ruido. Pero yo pensaba que era todo mentira, toda una farsa bien argumentada.  Creía, y lo intuía con mucha fuerza, que las verdaderas razones eran bien diferentes. Le daban miedo los círculos de personas, las zonas de encuentro, las miradas que derivaban en él.  Creo que era alguien que, pegado a su triste egocentrismo débil, pensaba que la gente se le quedaba observando y hablaban de él en susurros en cuanto les daba la espalda. No pegaba esto con muchas cosas que también creía ciertas en su carácter, como la llaneza de su mirada o la que encontrabas en su sonrisa. Le hubiera preguntado de qué tenía miedo, por qué tenía tanto peso la impresión que provocaba a los otros, en el caso de que hubiera razón para que llamase tanto la atención. Estaba seguro de que hubiera admitido mi teoría. Entre tanto seguía intrigado por su peculiar juego del escondite y su disfraz de disfrutada soledad.

miércoles, 10 de julio de 2013

Tornado de sangre





Era como un gorrión o un colibrí nervioso, o mejor tal vez un chaparrón inminente en la tormenta tropical.

Había sangre en esos gestos, en esa voz. Sangre. ¿Sabéis lo que es eso?. Como una fuerza apasionada que late en ciertos momentos por ciertas razones poco claras, pero que se apaga y funde con la misma rapidez con la que apareció.
Quería abarcar tantos caminos que al final no empezaba ninguno, pues dudaba a los primeros pasos, no de que fuera ese el correcto, sino de que le fuera a decepcionar o a romper el espíritu de aventura que quería mantener.

Paciencia, se decía. Ahora toca esperar, repetía. Pero pertenecía a esa numerosa clase de humanos cuya esencia parecía rechazar lo no inmediato.
Así quedaba entonces, un pequeño tornado dando vueltas sobre sí mismo y temblando a la luz de los nuevos días, que eran su pretexto para seguir huyendo de las decisiones temerarias.