martes, 28 de marzo de 2017

Meinü




En el país donde no sale el sol en las salidas de metro hay hombres morenos esperándote en moto, casi exigiendo una dirección. Un taxi desairado lleno de aire, aire agradecido que tus pulmones aceptan a regañadientes. En el país donde no sale el sol, donde fue a caer al sur del sur, va andando a una fábrica de azulejo azul todas las mañanas. Se encuentra con carros y mantas de verdura; zanahorias gigantescas, sandías diminutas. Hojas largas y verdes con nombre sin traducción. Un reguero de ojos; ojos que no la miran, ojos que se detienen para proseguir inmediatamente su curso y ojos que deciden quedarse un buen rato. Hay margaritas blancas a los dos lados del camino de piedra, y también algo parecido al jaramago (¿o es jaramago?), y ha descubierto buganvillas enfrente del metro. 
Edificaciones destartaladas y hoteles con vestíbulos de oro, entradas a calles llenas de comida, de objetos de andar por casa, paquetes brillantes de tabaco barato, puestitos con boniatos o fruta del tiempo: piña pelada pendida de un palo ahogándose en un bote de plástico. Las pequeñas furgonetas desfilan en standby, los pies sin diligencia asoman en sus lunas sosteniendo un saludo descarado. Más caras intrigadas, labios que se abren, cejas pinzadas. Coches enormes y limpios como patenas, carros de chapa y tronco pilotados por jóvenes larguiruchos y risueños. Carretas de otros tiempos tiradas por rostros de dátil, de uva pasa o de manzana oxidada. 
La avenida central es enorme, dividida por las obras del subterráneo, una serpiente blanca y robusta que oculta la otra orilla. En la boca del metro se ríen en cuanto la ven llegar, le gritan y palmean las grupas de sus motos, divertidos. Todos a la vez, todos los días, un jaleo que mantienen hasta que cruza del todo, avergonzada y muerta de risa. Aquí no eres uno más, para bien y para mal, eres “de afuera”, perteneces a otro mundo. Diferente hasta lo exótico. Tus facciones, tus formas, cómo vistes, qué fumas. Luego les da igual, pierden rápidamente el interés exagerado de los comienzos, la colocan en ese paisaje a unas horas, se hacen al traqueteo de la mochila negra y del bolso al hombro, a la voz que canta desaforadamente inconstante en una lengua confundida con el inglés. 
Fue a caer en una ciudad de la que sólo conoce una casa, y ni siquiera ha bajado las escaleras para ver el patio. Esa casa es desesperante demasiadas veces, divertida a diario, lenta, muy lenta, hasta que de repente llega el remolino y hay que quedarse despierto hasta tarde. Hay voces que riñen sin pelea en una sinfonía de tonos ascendentes y precipitaciones mientras el montón de bolsas crece frente a la puerta: una extensión de nata plastificada. Abajo en la cancela un cachorro se aburre panza arriba. 
Fue a caer en una fábrica al sur de la China y el sol salió un día. El sol salió de entre sus cortinas de gasa, y se escondía, y decía cucu, y se volvía a esconder. Ella entró en la habitación del gran ventanal al fondo y su jefe del otro lado se giró para decirle: Meinü, tienes que estar muy contenta, ¡hoy el sol ha salido para ti!.