“Tenía
la seguridad de que revivir, rebobinar lentamente el recuerdo hacia atrás, no
iba a conseguir sino arrebatarle su fidelidad”.
Tengo
la sensación de que cuanto más veces se recuerda, menos real se presenta la vivencia,
menos parecida a lo que realmente ocurrió.
La memoria nos juega malas pasadas y
si no le trazamos una línea de tiza bien clara nos comerá terreno una y otra
vez. Hay que meter la cabeza en “verea”, dice un buen amigo mío siempre con
vehemencia. Hay expertos en rememorar ficciones, en crear directamente historias
que nunca existieron. En inventar y desarrollar sentimientos que nunca se alcanzaron.
El problema es que no es tan difícil caer en este vicio. A veces actúa demasiado
bien como sucedáneo… como el Colacao cuando no hay Nesquik o viceversa, véase
los gustos del consumidor. Solo que en el caso de los chocolates solubles quizá
el peor efecto secundario sea la sensación de traición. En el caso de los
recuerdos la lista de efectos secundarios merece la de un antibiótico. Calidad
de vida no tolera la felicidad barra nebuloso cóctel de pasado y nostalgia.
El
recuerdo es sagrado, precioso como está, impoluto. Guárdalo en algodón si hace
falta, porque el recuerdo es lo único que salva el tiempo. Pero no lo envenenes
o diluyas en agua, como el zumo para que dure más. Los recuerdos de verdad
mantienen vivos ciertos sentimientos sin necesidad de tenderlos y ondearlos al
viento con expresa regularidad. Y menos mal que esto funciona así, digo.