lunes, 20 de febrero de 2017

Bailantes





  Van cogidos de la mano, pero los pies de ella están en tensión pisando los de él, ocupando todo el espacio que pueden. Los veo moverse, no sé si suena música, pero me la puedo imaginar. Son muchos años de observadora matinal entregada a la avidez de mis pupilas. Siempre a la caza de ramas que se suben por las ramas. Nunca me faltó entretenimiento desde esa ventana, al otro lado del patio de luces, con esa distancia tan voraz y precoz. Los bailantes aparecen y desaparecen de mi vista dejando una estela de pechos enamorados y henchidos de ilusiones primarias. Emociones, esperanzas. Si la ventana hubiera estado, como otras veces, abierta, esa estela se habría desperdigado hacia arriba, libremente, propulsada, esquivando el humo de las cocinas mal ventiladas con una técnica impecable. Esquirlas brillantes al atravesar los tendederos carcomidos. Habrían planeado algunas hasta mi alféizar, hasta mis manos aguardantes. Otras se habrían quedado prendidas en la ropa puesta a secar, guiñando intensamente al posárseles el mediodía.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Incluso a mí


(Incluso a mí me muerdes)

Muerdes haciendo sangre, que yo lo he visto,
(y sufrido).

No es por violencia, muerdes,
porque los gritos no marcan,
y tus palabras no arrancaron
                     
ni una hoja.


Tienes boca de bodeguero,
bien pequeña, pero roedora.

Muerdes cuando se meten 
con tu manera de desenvolverte
en este mundo dicotómico.

Te revuelves con insolencia,
ganando risas condescendientes.
Te da coraje, tus mejillas arden.

Pero muerdes, sigues mordiendo.
A diestro y siniestro.
Que yo lo he sufrido en mis carnes.

Yo no me río, conozco bien,
por qué incluso entre mis brazos de mimosa
te retuerces como lagartija.