sábado, 22 de abril de 2017

Rebelión

Era dulce, pero no necesitaban del café para acompañarlo. Se escabullía por cada manifestación, contorneándolas de suave arena, descubriendo la ausencia de aristas. Era dulce, como la luz liviana de los primeros días de alergia, ajena al aire caliente y pesado. Se sabían solos, pero habían educado sus miradas. Tenían un corazón donde la falta de exclusividad era la raíz de todo lo inabarcable. El lenguaje era comunicación, no beligerancia, ni escondrijo de carencias y caretas. Cumplía su fin, su dulce fin. Conseguían deshacerse los nudos de sauce y tender sus manos como rebelión ante el mundo, ante su formación ofensiva y la desconfianza subyacente. Muchos lloraban porque no los habían educado para tal desapego y entrega. Tampoco para reafirmarse en la desnudez, en la plenitud de la expresión honesta. Se hacían daño al quebrar los ritos mecánicos, la esperanza los acunaba. Justa dulzura, distancia conexa para no pervertir lo que ya estaba completo desde los orígenes. Quién les habría metido a todos ellos la necesidad imperiosa de adición y sustracción. Aún no podían despertar del todo, y eso les raspaba el corazón, que se paseaba con los vaqueros sucios y rotos por una tierra temida, la tierra de Nadie. Ahora, cansados y con ganas de llegar a casa, tendían los vaqueros desgastados, descansaban desnudos y se detenían en las mañanas. Un amago de tristeza antigua componía los posos del café, un ave de rapiña volaba en círculos frente a la ventana. A todos ellos venía la alegría, incondicional, sin prisa. Se les acercaba por detrás y les tendía tiernamente una manta sobre los hombros.